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jueves, 4 de junio de 2009

Y en la casa que sin ti, quedó muy triste: nada ocupará el lugar que tu tenías, porque se murió el amor cuando te fuiste.




“Y en la casa que sin ti, quedó muy triste, nada ocupará el lugar que tú tenías, porque se murió el amor, cuando te fuiste”, este verso lo he tarareado cientos de veces en mi mente desde el día aquel en que mi mamá montó su negocio de empanadas al lado de la iglesia de San Marcos, en el municipio de Envigado.

Qué iba a pensar el gran maestro Arturo Cavero que su canción serviría de inspiración para lo que más adelante se convertiría en el nombre que identificaría a uno de los negocios de empanadas más famosos de la ciudad: Después de la Misa.

Ofelia Garcés Restrepo, fundadora de este negocio y dueña de él hace ya 16 años, no encontró otra opción para bautizar la fuente de su trabajo y sustento, que el recuerdo del amor más grande de su vida, ese, que tal y como ella lo expresa es tan grande que “aún después de muerto cada vez sigue creciendo”.

“cuando tengas que partir quiero que sepas, que estaré pensando en ti todos mis días, vivirás en mi alegría y mi tristeza, reinarás en el altar del alma mía. Al partir me dejarás tus alegrías, y en la casa que sin ti, quedó muy triste, nada ocupará el lugar que  tu tenías, porque se murió el amor, cuando te fuiste”

Esta canción ha hecho las veces de banda sonora en dos momentos difíciles de la vida de mi mamá. Cuando apenas contaba con 18 años de vida, y en su mente no habitaban todavía los hijos, ni la necesidad de montar negocio para sobrevivir, Gabriel Garcés Díaz, su papá,  con un tono cortante e imponente se dirigió a ella para ordenarle que de ese día en más Rubén Alberto Palacio Roldán, su novio y quién más adelante sería su esposo y mi papá, jamás se podría volver a acercar a la ventana para hacerle la visita, como era habitual los días martes, jueves, sábado y domingo.

La razón de Don Gabriel Garcés, alias el Mono Garcés, era válida ante los ojos de cualquiera, e incluso apoyada por sus consuegros: Rubén estaba tomando mucho entre semana, y si seguía así no sería un buen partido para su hija mayor, a la que tanto quería el Mono.

Rubén, al ver que el mundo estaba contra él, no encontró otra estrategia para protestar que en compañía de unos tragos y unos merenderos habitantes del parque de Envigado, con quienes se dirigió  a la esquina de la casa de su amada para dedicarle una canción que decía algo así:

cada domingo a las doce saldre a al ventana para
esperarte como antes despues de la misa y en la
esquina solitaria voy a ver a mi alma que espera
tus pasos buscando mis brazos y sin tu sonrisa se
ira el sol de la mañana te lloraran las
campanas cada domingo a las doce despues de la
misa
”.

Ese era un pacto implícito para obviar los castigos, los reparos y los comentarios de padres, suegros y vecinos. Ellos dos se verían, sin que nadie los viera, a través de la ventana cada domingo a las doce después de la misa. No habría besos, ni cogidas de mano, pero solo con mirarse lo dirían todo.

Y las miradas y las canciones fueron efectivas.  Después de doce años de noviazgo y una huída repentina de mi mamá a Estados Unidos buscando alejarse de un amor prohibido, se cerró el pacto de este amor divino que sin saberlo estaba condenado a mirarse a través de la ventana. Eso sí, la canción no decía cuál, porque ocho años después de haber cerrado este pacto de amor, no sería precisamente el postigo de la puerta el que juntaría sus miradas, sería la ventana del cielo la encargada de conectar estas dos almas.

El 17 de septiembre de 1991 un revólver cegó la vida de mi papá, pero como dice mi abuela Lourdes “no su amor y ni su alma”. Tal vez fue concientede de eso que mi mamá decidió pintar el título de esta canción en un lugar que para ella se acerca a lo celestial: (La cafetería parroquial), su negocio desde que mi papá se murió. El título de la canción denominó también su lugar de trabajo: DESPUÉS DE LA MISA.

Esta vez, sin pensarlo, era ella, la que no contrataba un merendero pero sin un pintor para decirle una vez más a mi papá, de manera implícita y sin que nadie se enterara que:

“vivirás en mi alegría y mi tristeza
reinarás en el altar del alma mia
al partir me dejarás tus agonías
en la casa que sin tí
quedó muy triste
Nadie ocupará el lugar que tú tenías
porque se murió mi amor cuando te fuiste”.

 

A tu salud papá.