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lunes, 7 de julio de 2008

Indignación

Eran, si mal no recuerdo, las dos de la tarde. En Medellín hacía un calor infernal y las calles estaban más vacías que de costumbre.

Para mí, era uno de esos días en los que nada podía salir mejor. Estaba feliz. Se me ocurrió que un buen plan de domingo era ir a visitar a la abuela de mi novio. Y así fue. Tomé mi carro y emprendí el viaje. A la mitad del camino recogí a Santiago y a mi suegra, y empezamos nuestro trayecto hacia la casa de Doña Ofelia.

Para ser más exactos, el destino era en el barrio San Pablo, en Medellín. Para que mi suegra se bajara, procedí a bajarme yo primero y a correr la silla de chepe, cómo de cariño solía llamar a mi vehículo.

Una vez se había bajado mi suegra mi plan era proceder a acomodar d enuevo la silla y continuar estar con la abuela un rato. Pero esa fue una muy grande pretensión. Uno nunca cuenta con las ideasa de aquellos, que han decidido llamar muy elegantemente, amigos de lo ajeno.

A pocos metros estaba un hombre vestido de jean y camisa blanca. No transcurrió más de unos cuantos parpadeos para que este tipo estuviera apuntándole a mi novio y pidièndole a gritos las llaves del carro. En un minuto lo habìa esculcado todo y nosotrso estàbamos temblando.

Yo, sin medir las consecuencias acaté a pedirle los papeles del carro y a gritarle que no se lo llevara. Pero fue tardía la reacción. Este Mal nacido me apuntó con el arma y me dijo que me quedara quieta. Poco tiempo despuès saliò como alma que lleva el diablo. No sè còmo ni en què momento saquè mi bolso del carro. Sólo tengo en mis vagos recuerdos la imágen de un twingo de color gris eclipse con placas fgz 372 de Envigado marchándose a toda prisa por la avenida guayabal.

En este post, que es más personal que cualquier cosa, dejo acá mi voz de protesta, por vivir en una ciudad en la que hay más gallizanos pendientes de la mortecina, que mortecinas por comer. En una ciudad en la que no se sabe de dónde están apareciendo hampones que están dispuestos a apuntar por el tiempo que sea necesario un arma e incluso a halar el gatillo sin sentir tan siquiera asco de las salpicaduras de sangre que podrían quedar en su ropa.

Estoy indignada...la palabra no es malgeniada. Me siento miserable, poca cosa e insignificante. Así me hizo sentir ese revólver que por un momento se acercó a mi frente y me hizo sentir que la vida, como dice juanes, es sólo un ratico....

2 comentarios:

shanad dijo...

Sencillamente aterrador escalofriante..."Somos presas del hampa" como me dijo una vez un blogger cuando leyó mi tragedia...Ten fuerza y confía en la justicia divina, quizá es la única que nos queda.

Andrea Doria dijo...

También me siento indignada , me uno a tu voz denunciante. Mucho valor!!!